He llenado mi vida de momentos, momentos inolvidables que he disfrutado al máximo ya que sé que no se repiten.
He pasado por los baches más grandes e imposibles, y sin embargo aquí estoy hoy. He reído, llorado, caído y sobre todo me he levantado. Tengo una gran historia sobre lo que fui antes de convertirme en lo que soy, que quizá sirva de moraleja a aquellos que me rodean. Está llena de experiencias, de errores que van de profesores queriendo darme una lección, sin haber cometido fallos, de personas que intentan buscar soluciones a situaciones que son ajenas, que desconocen, que no han vivido o ni siquiera sufrido. En ella he aprendido que es imposible diferenciar entre lo bueno, y lo normal; al fin y al cabo todo acaba siendo común. Han habido palabras de personas sabias que han inundado mis oídos de vez en cuando, pero siempre he asentido con la cabeza y sonreído sin hacer caso de consejos que podrían haber respondido las preguntas más complejas. En los peores momentos he reconocido que es más fácil pensar en volver a ser una niña, sin responsabilidades ni problemas que afrontar, pero he sabido pararme a pensar por dos segundos y reflexionar y, ¿sabéis? Me ha servido para darme cuenta de que cuando somos pequeños, pensamos en crecer en ser grandes y vernos con maletines yendo a la oficina, pero cuando somos mayores nos damos cuenta de que la infancia era la única etapa en la que llorar, no era de débiles.
Quizá esa historia de la que me he guiado me sirva para omitir errores mañana, pero hoy voy a ser una niña y a cometer uno más. Al fin y al cabo; un adulto es sólo un niño, inflado por la edad.
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