Otro día más, y se repite la rutina de siempre. Llega a casa, y el sonido de la cerradura produce en tu cuerpo el mayor de los escalofríos, el más grande de los miedos. Sabes que aún no ha pasado nada y sin embargo las lágrimas ya caen por tu rostro, tus labios producen un castañeteo y tu cuerpo se torna débil, te fallan las fuerzas, y sientes que el mundo se te viene encima. Pero sabes que eso no es más que el principio.
Te sonríe, te habla con el tono de voz más dulce que posee, y con un abrazo te dice mi amor. En tus adentros te dices a ti misma que él ya ha cambiado, que ya no es como era, que todo ha terminado y sólo porque se ha disfrazado de algo diferente. Miras el reloj, y te percatas de que ya han pasado 30 minutos desde su llegada, y aún en tu piel no a aflorado ningún moratón. Sonríes.
Él empieza a gritar, no entiendes por qué, todo iba tan bien que no podía pasar. Piensas que es imposible, que solo son palabras que dice en voz muy alta, pero que no te volverá a pegar. Te precipitaste. Te da una bofetada, y sientes como todo el dolor de su alma se concentra en el golpe, ya conoces como va este tema, eso sólo ha sido un pequeño te quiero. Intentas levantarte, y te agarras la cara porque sientes como quema el "amor" de tu marido, pero él no te deja y te da el puñetazo que no esperabas sentir, y eso, eso si que te demuestra como te quiere. Te dices que tienes que ser fuerte, que esta vez no vas a llorar porque eso es para las débiles, pero no comprendes que dejar de llorar no te hace más fuerte. No entiendes, pero esto no va de aguantar para que la única que te aplauda en silencio seas tú, y una y otra vez te viene con el cuento de la lágrima y el: "no volverá a pasar, lo juro". ¿Sabes lo que está pensando cada vez que te dice eso? Que no eres más que una mujer, que nunca te atreverías a responder uno de sus golpes, que podrá volver a pegarte porque sabe que el silencio es una cosa que se te da muy bien, que no eres más que una cobarde en esta sociedad de la cual se puede prescindir. A todas esas mujeres que son maltratadas por su marido, o por cualquiera de sus familiares, yo les digo que nunca dejen que levanten la mano en su contra, que nadie tiene derecho de venir y arrebatarles su libertad, y mucho menos enseñarles que la autoridad son ellos y sus golpes. Piensen que aunque el miedo está ahí, no están solas. Mucha gente escucha como gritan aunque lo hagan sin decir una palabra, pero si no dejan que las escuchemos, y que las ayudemos, jamás pararán las palizas. Ellos son personas al igual que ustedes, así que si en algún momento les dicen que nunca podrían con ellos, se equivocan. Pueden, y aunque no sepan cuanto, estoy segura de que mucho más que ellos.
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