Comienza. Te agarras a la barra de seguridad y te dices a ti misma: ¿pero qué coño haces subida aquí, no ves que podrías morir en cualquier momento? Te das cuenta de que ya es tarde. Todo empieza. Sientes un cosquilleo intenso en la tripa, pones tu mano encima de ésta y empiezas a reírte. ¿Por qué tomarte la vida tan en serio, si no vas a salir viva de ella?
Reaccionas. Empieza a moverse y cierras los ojos pensando que la gravedad hará lo suyo, pero no puedes evitar sentir que te viene grande, que no aguantarás todo, que necesitas bajarte por un momento y respirar. Entonces, llega el mayor de los descensos y abres los ojos. Levantas los brazos y gritas dejándote los pulmones en ello. Te percatas de que la vida no es más que eso; subidas y bajadas en las que las sensaciones se entremezclan y te confunden. En las que o te paras a pensar y te bajas de la montaña rusa en la que se convertirá tu vida, o te subes sin importar el riesgo para empezar a disfrutar a pesar de los fallos técnicos. Que no te dé miedo lo grande que sea, o que en ocasiones te deje boca abajo, solo deja que el viento acaricie tu cara y se lleve lo que te duele. Porque realmente, si le das importancia a los problemas, será tu vida: la que se convierta en uno.
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