Ya no sé si es porque te quiero, o porque me gusta hacerme daño, pero sigo con las mismas palabras del principio y los hechos: de una mierda de final.
Desubicación. Camino por camino, dé el paso que dé: sigo llegando a ese punto de partida de dos letras, y una x sin despejar. Tú, dos letras. Te preguntarás dónde está la incógnita, bien... Es esto, que creo que siento. ¿Ecuación de primer grado? ¡Que le den a las matemáticas! Fuera el despeje, se acabaron las soluciones. Se acabaron las incógnitas por resolver y las decisiones.
Desorden. Mi cerebro tiene ciertas complejidades: razones que sin razón; guardo con importancia, consejos de desconocidos, principios morales, un duplicado de tu sonrisa y miles de recuerdos a los que, si les das la vuelta, verás tu nombre escrito en todos ellos.
Me desvío. Pasos que se tambalean, señales por el camino que no me llevan a ninguna parte, pero que dirigen hacia mí: infinitos mensajes sin textos que comprender, ni números que descifrar. Sin enigmas que resolver, ni soluciones que comprobar.
Sin salida. Atrapada entre miles de sensaciones, sin que ninguna me dé la pista para salir de ese laberinto al que llaman: corazón. Cabeza, ¿dónde estás cuando te necesito?... Hola soledad, parece que la razón: nos ha dejado la típica privacidad de siempre. Ya sabes, la que nunca necesitamos, pero siempre pedimos.
Sentimientos mal colocados. En pasado, presente o futuro, ya ni si quiera lo sé. Solo puedo tener claro que ya no conozco nada, que me siento como una novata, que todo aquello que antes creía correcto, ahora: ya no lo parece tanto. Y que lo que veía claro, hoy se ha vuelto gris oscuro.
5 meses; 125 días; 3000 horas; 180000 minutos. Y la aguja de mi reloj: aún no se ha parado.
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