Hay veces en que pienso y me doy cuenta de que esta vida está echa de caminos, y todos ellos con una lección que darnos.
Sin embargo, creemos saber cuál es el indicado, llevamos a cabo la caminata de nuestra vida por un sendero que desconocemos pero que sentimos nuestro, y cuando ya hemos caminado casi un kilómetro, nuestro rumbo cambia. Pensamientos y sensaciones se nublan, se enredan y desenredan y cambian nuestra forma de sentir el camino, nos paralizamos y el ritmo que llevaba el compás de nuestros pies se anula. En ocasiones así es cuando nos preguntamos; ¿qué estoy haciendo? ¿De verdad es este el camino que quiero llevar? ¿Realmente es esto lo que siento? Y nuestra forma de mirar la vida, da un giro increíble. Hay historias que cuentan que a medida que vas creciendo, maduras. Es una gran mentira. La madurez no te la da la edad, si no las experiencias de la vida, y con la madurez aprendemos que los caminos que tomamos día a día, deben ser diferentes, deben hacernos sentir cosas distintas a las que ya hemos sentido anteriormente, esto nos enseña, que la mitad de un camino debe ser el punto donde nos tenemos que confundir, que tropezar. Porque es ahí donde tenemos que darnos cuenta de que hay que cambiar de camino o la vida pasará siempre por el mismo sitio.
Tendremos que tener presente que no siempre será un camino recto, o curvado, o con baches. Siempre habrá algo al doblar la esquina, que nos haga sonreír y que nos enseñe, que nunca dejamos de caminar, porque el final de un camino, es sólo el principio de otro.
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