Omy: Una mirada: vale más que mil palabras.

martes

Una mirada: vale más que mil palabras.

Hay varias maneras de mirar a alguien. Se puede mirar a las personas de abajo a arriba, con admiración, o de arriba a abajo, con desprecio. Se puede mirar a alguien atravesadamente, demostrando tu afán por querer lejos a esa persona, o con los ojos llenos de brillo, dando a ver que para ti no es solo alguien. Puedes mirar de forma lasciva, irónica, ardiente, enamorada, pasiva, divertida, tímida... Pero una vez la vida te ha enseñado unas cuantas lecciones importantes, se puede aprender a mirar a las personas a los ojos: de tú a tú.

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Buenos días, pequeño.

Me jode decirlo, pero te echo de menos.

Odio a las noches frías por robarte, y al día: por despertar y no encontrarte. Me fastidia tener que reconocer que siempre me quedará tu sonrisa, el deseo de que vuelvas, el que tú mismo sepas: que nadie te querrá como yo. No quiero que sigas siendo mil latidos, de los mil y uno de mi corazón. Y sin embargo, reconozco que me siento aún más viva sabiendo que por una parte: late por ti. ¿Sabes? A veces siento que quiero volver a atrás, y otras... Otras me jode decirlo, pero: te echo de menos.

Come back.

"La vida es como una montaña rusa", ¿cuántas veces no me habré dicho a mí misma esa frase? Cuando me encuentro en lo más bajo, siento que jamás debí permitir que te fueras, que me dejaras sola, y es entonces: cuando las noches se me hacen eternas y tu recuerdo cruza mi cabeza y termina por atravesarme el corazón. Sin embargo, ¿qué diferencia hay cuando me encuentro en lo más alto? Quizá las noches pasen más deprisa, pero tu recuerdo sigue tocando en la puerta de mi razón, diciendo: ábreme, sabes perfectamente que no puedes darme la espalda. Y así es, no me queda más remedio que llevarte conmigo a donde vaya. Pero algún día, dejaré de echarte de menos. Y cuando ese día llegue, mi razón: te cerrará su puerta, para siempre.

Nunca te importé, ahora lo sé.

Me engañaba a mí misma. Era yo quien te creía todos esos enormes textos que me escribías, me tragué todos y cada uno de tus "te quiero preciosa", me puse una venda y no fui capaz de ver que si se te presentaba la oportunidad de cambiarme por otra: lo harías. En realidad, ni si quiera yo pude averiguar cuánto te quería, supongo que no era algo normal aguantar hasta las 00:00 sin quedarme dormida para enviarte un: "buenas noches mi vida". Supongo que no era normal esa sonrisa de niña pequeña, cada vez que hablaba contigo. Pero... ¿Sabes? Ahora estoy bien. No he dejado de necesitarte, pero sé que pronto lo haré. Y eso, eso me tranquiliza.

Que te jodan.

Me da la impresión de que lo que voy a decir va a dolerte más a ti, que a mi; pero así es la vida chaval. ¿Sabes? Me he pasado una gran cantidad de mi tiempo queriéndote, dándote todo, intentando que cada día cuente. Y me parece que se te ha olvidado quien coño fue capaz de devolverte esa estúpida sonrisa de la que me enamoré. Creo que ese es el problema: te lo di todo a ti, eras el maldito centro de mi exuberante mundo, pero en ningún momento me valoraste, y la culpa la tengo yo: que tampoco supe valorarme. Esta vez no quiero que me prometas, ni que me jures, y tampoco quiero oír tus "te quiero pequeña". Se acabaron las promesas rotas, los juramentos sin validez, los te quiero con caducidad. Se acabó esto. Ahora el centro de mi mundo soy yo, y tú... Tú eres tan solo un capullo.

Esperanzas.

Casi toda esperanza es falsa si nos paramos a pensar en ello. Significa tener fe en cosas que saldrán bien, cuando todo apunta a lo contrario. Pero, ¿qué sería de nosotros sin ella? ¿Sin eso a lo que nos agarramos cuando creemos que ya no queda nada? Es como la brújula de la mente, y la boya del corazón, aquello a lo que nos aferramos y nos mantiene a flote mientras esperamos socorro. Sin esperanza, la vida es un sálvese quien pueda. Y con ellas: la vida es un sálvese quien pueda, pero con salvavidas incluído.

Aprovecho para decir que: te echo de menos.

Nunca fui fuerte, y lo peor es que desde el principio lo supe. Sabía que llegarías, que romperías todas y cada una de mis reglas, que me dejarías sin habla pero con la mayor de las ganas de: tenerte entre mis brazos todo el tiempo. Entonces me di cuenta de que nada tiene sentido, que todo lo que empieza acaba, y que todo lo que sube: debe bajar. Me di cuenta de que terminaría, de que acabaría quedándome con ganas de más. Y es ahora, en este momento, cuando te digo que: sí, me quedé con ganas de demostrarte que te echaría de menos.

Según la gente, según yo.

La gente me dice que soy una maleducada, una chica extravagante, una persona pesada, alguien que no para de hablar. Yo les digo: ¿Maleducada? Siento que me llames así tan solo porque te digo las cosas claras. ¿Extravagante? Me gusta llamar la atención es cierto, pero tampoco me hace falta hacerlo para que se note que estoy en un sitio, dirás: se cree importante esta niña, te diré: la importancia me la das tú, al hablar de mí. ¿Pesada? Puede, todos lo somos a nuestra manera. Pero más que pesada, soy insistente. No paro hasta conseguir lo que quiero. Es cierto que no paro de hablar, pero nunca me callo lo que pienso, y nunca me lo van a callar.

Que tu vida no dependa de si alguien viene, o se va.

Habrá miles de veces en las que te veas sola, sin ganas de seguir adelante, y diciéndote a ti misma una y otra vez: realmente ya no te queda nada. Pero si que te queda. Te quedan esas ganas de crecer que tenías, ese sueño por cumplir que dejaste de perseguir, esas risas en el camino que te quedaron por vivir, esos tropiezos inevitables que te quedaron por aprender... En momentos así, es cuando tienes que darte cuenta de que aunque ya no sean personas las que queden a tu lado, aún tendrás los motivos y los momentos por los que un día estuvieron ahí. Y aún te quedan otros miles de momentos por vivir, ya sea con o sin ellos.

Omy

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