Vivimos en un mundo en el que quizá las cosas no son como creemos, o como las vemos o quizá como muchos las pintan. El dolor siempre ha estado pintado de nada, sin color, alomejor porque el dolor se siente tan adentro que es imposible describirlo. El dolor es como la impotencia que muchas de las veces, nos impide querer lo más anhelado, o anhelar lo más querido. Cuando perdemos algo que ni si quiera sabíamos que teníamos, nos damos cuenta de que la vida nos da demasiadas oportunidades, y que por idiotas las dejamos pasar. Jamás se llega al final de un camino sin haber sufrido antes o después de haber empezado, porque la vida nos hace valorar cada momento, cada segundo, cada sonrisa regalada, o incluso cada lágrima que se derrama, ya sea por tristeza o por algún otro motivo.
Crecemos con ideas equivocadas, ideas nulas que hacen que nuestra vida gire alrededor de cosas inciertas, por no decir de mentiras. Somos creados a partir de un simple orgasmo, y morimos en un último aliento. Y desde que nacemos hasta que morimos, llevamos a cabo una etapa de miles de sentimientos. Pensamos que el dolor sólo llega cuando perdemos algo, pero también cuando lo ganamos; no nos damos cuenta pero muchas veces acarreamos responsabilidades que nos quedan grandes, cuando nos enamoramos nos comprometemos a amar, algo que la mayoría de la gente no comprende, o cuando ganamos una amistad, nos comprometemos a tener siempre cubridas las espaldas, porque nunca se sabe quien es esa amistad; nunca podemos fiarnos de nada, porque realmente no hay amigos, como un dicho dice el mejor amigo es el bolsillo, y aún así, se rompe. Tachamos al dolor como la peor forma de sufrir, y en realidad cuando estamos decaídos es el mejor amigo, en el único que podemos refugiarnos, el único que nunca falla.
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