Hay un momento en una parte de nuestras vidas en el que debemos darnos cuenta de que ningún esfuerzo, ni si quiera el mayor de todos: logrará cambiar ciertas cosas. Pero, ¿cuándo se supone que debemos darnos cuenta? Jamás nos dejamos abatir y mucho menos nos rendimos ante algo que queremos conseguir, entonces, ¿cuándo se supone que vamos a aprender a dejar de esforzarnos por un sinsentido? Quizá es eso por lo cual nos hacen daño o nos lo hacemos a nosotros mismos. Porque no sabemos cuándo parar, cuándo decir que fue suficiente o cuándo darnos cuenta de que: se acabó. A raíz de esto, nace la ignorancia. Aquella que nos ciega y que nosotros mismos dejamos que lo haga. Porque somos inteligentes de alguna manera, pero no lo suficiente como para percatarnos de que: no debemos buscar, donde no hay.
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