¿Saben ese momento incómodo en el que no te queda otra que saber lo que necesitas en tu vida y lo que no? No hay nada que odie más que eso. No entiendo por qué tengo que elegir si de hecho, ya lo harán otros por mí. Ya se irán de mi lado, me dejarán atrás, me traicionarán o me venderán como objeto exclusivo al mejor postor. Yo no sé qué harán los demás, pero no pienso escoger. Prefiero buscar (aunque en realidad no sepa lo que esté buscando), pero siempre aparece algo. Algo que me hace pensar de una manera diferente, que me hace destacar mi parte desequilibrada y ponerla en práctica como una especie de intuición. La que activará todas mis alarmas y me dirá que lo que estoy haciendo no está bien, que no me confíe y esté en guardia. Y de la que como siempre: acabaré haciendo caso omiso. Irónico, ¿no? Intento evitar por todos los medios no venirme abajo, no tener que escoger y verme entre la espada y la pared una vez más y al final, acabo siendo yo misma la que provoco ese tipo de situaciones. Lo que hace que me sienta culpable y a la vez perdida. ¿Y esta vez? Es que ahora no hay nada de eso, no hay algo. No hay espada ni pared. No hay que escoger. Sé lo que quiero, aunque supongo que torcí mi búsqueda hacia el catálogo de opciones equivocado, porque no está. ¿Esto es lo que pasa cuando quieres ir contra el mundo, que todo se resume a cero? Pues no me importa. "Para llegar hasta lo que realmente quieres, a veces hay que empezar desde el punto más bajo."